martes, 11 de septiembre de 2012

Nacionalismo, independentismo y chollos políticos.

Hoy 11 de Septiembre hemos vivido un día cargado. Incontables imágenes del WTC habrán poblado las pantallas y seguramente muy pocas menciones al 11S chileno habrán sido difundidas, seguramente por aquello de no hacernos recordar lo que es capaz de hacer el lado más extremo del capitalismo para imponer una agenda económica en un país. No suelo encender la tele salvo para ver algo en el disco duro o echarme una partida a la PlayStation, sinceramente. Sin embargo, sí que ando atento a las redes sociales y veo la masiva y cívica asistencia a los eventos de la Diada en Cataluña.

El independentismo es un tema complejo, especialmente cuando no se disocia del nacionalismo, lo que convierte al término "independentista" en una amalgama poco clara de conceptos, amalgama enturbiada -en mi opinión y a tenor de la idea del mundo que poseo- de manera interesada. Estoy escribiendo en castellano siendo valenciano, es cierto, pero entiendo bastante bien y apoyo hasta el extremo la idea del independentismo, si bien no así la de nacionalismo. Disocio, porque entiendo las ansias de independencia como algo natural: al fin y al cabo tengo veintinueve años y lucho por una independencia económica. La independencia es algo lícito y que considero tácito en cualquier fundación estatal. De hecho, si pudiera, independizaría a mí y a mi sufrida pero ya consolidada precariedad de un país en el que la clase gobernante parece ser la menos preparada que jamás haya conocido, y las he conocido ineptas.

El independentismo es un anhelo viejo, un derecho sobre el que se sustentan, como decía, muchas fundaciones estatales. El más claro caso es el suizo: el Serment o juramento de 1291 (insisto: siglo XIII)  que daba inicio a la nación suiza, se apoyaba sobre tres fundamentos, que cito literalmente de la obra de Antonio Escohotado "Caos y Orden" (Espasa, 1999):

1) Aquello que nos une es el respeto por la diferencia, y si algún cantón entiende que este respeto se ha quebrado podrá separarse en cualquier momento, sin otro requisito que una decisión mayoritaria de sus habitantes;

2) Ninguno pagará protección a iglesias, nobles o casas reales, ni admitirá otros administradores que los elegidos en cada circunscripción por sufragio directo;

y 3) Nadie podrá hacer del gobierno un medio de vida, y los ciudadanos asumirán todas las responsabilidades de administración y defensa, con mandatos muy breves y siempre irreelegibles.


Resumiré mi concepción del nacionalismo como un atávico vínculo que aporta cohesión y diferenciación a un grupo, y que resulta de una pulsión tribal y por ello agotable. No, no me siento nacionalista de ningún sitio, supongo que fruto de ser hijo de emigrantes retornados, de tener dos hermanas belgas, de tener más familia en el extranjero que en territorio español, de tener la cultura griega, belga e italiana directamente instaladas en mi entorno. No me siento orgulloso de ninguna bandera, pero entiendo la cohesión cultural que el nacionalismo aporta, más en unos tiempos en los que el agarre material se desvanece. Entiendo por ello el nacionalismo, pero como algo anecdótico y no por ello menos lógico o lícito. Desde luego, no lo comparto: ni el español ni el periférico.

Sin embargo, mi concepción del independentismo se basa en el juramento fundacional suizo. En los tres puntos dispuestos, veo cosas escritas que jamás comprobé en el terreno de la realidad. No veo un respeto por la diferencia en ninguna posición enconada, ni centralista ni periférica. Veo un respeto con alta susceptibilidad en la mayoría. No veo en absoluto un respeto que emplee la indiferencia como arma, que deteste entrar al trapo o directamente entrar con un perfil razonable. Quizá los tiempos no están para eso, o quizá por eso están los tiempos como están. No veo en ningún caso un sufragio directo a la suiza, ni una democracia razonable sin servilismos a determinados grupos. Aguanto con hastío a duques, condes, grandes de España, de Asturias y casas reales que en casi tres décadas no han hecho absolutamente nada que justifique el tributo pagado. Y especialmente soy incapaz de percibir una responsabilidad ciudadana (si bien su crecimiento es evidente), una política que no sea el chollo padre o una mecánica de elección sana.

En fin, echo de menos un sistema de respeto a lo divergente, pero especialmente me falta como pocas cosas me faltan el respeto a lo propio. Veo que el independentismo -en cualquiera de los sentidos- se ha dejado apabullar y posteriormente fagocitar por un conglomerado de populistas que han encontrado su chollo en prometer la independencia (o la eterna cohesión imperial en el caso del nacionalismo español), dilatando el momento de la verdad para obtener más rédito. Veo que pesan más los símbolos dosificados por los mesías de la tierra libre prometida que una postura basada en la decisión como derecho fundamental, como verdadera libertad ante los que se tildan de liberales sin tener ni idea de aceptar la diferencia.

Veo incoherente, al fin y al cabo, que con una muestra tan cívica como la realizada hoy por los partidarios de la independencia de Cataluña (en la cual dejo claro que no milito, igual que dejo claro que me parece estupendo que se luche por su cumplimiento) nadie se plantee que dar fuerza a la capacidad de expresión de los independentistas en forma de referéndum es consolidar un derecho fundamental como el de decisión. Consolidar la verdadera libertad, al fin y al cabo. Máxime siendo esta una gran oportunidad de derribar las estructuras parasitarias que hacen que en toda nuestra constitución no hayan tres párrafos que les lleguen a los talones a los que sirvieron para fundar la nación suiza.

Pregúntenle a Artur Mas i Gavarró, a Arnaldo Otegi y a los políticos extremocentristas del "españaserompe" qué narices pensarían de los puntos 1, 2 y 3 de la Constitución suiza de 1291, tanto por el no parasitismo como por aquello de negar la independencia a los araneses o anexionar terrenos sin contar con la opinión de los anexionados mediante el mismo tipo de referéndum que exigen. Igual en su vergüenza hallaríamos el camino.

JM Martín

No hay comentarios:

Publicar un comentario