domingo, 10 de junio de 2012

¡Gol!


Celebran un gol haciendo aspavientos. Emiten alegría mediante el lenguaje corporal, ese mecanismo tan difícil de ocultar, tan sincero y, en ocasiones en las que hay cámaras fijándose en uno, tan traicionero. Casi parecen romper, cuando suben como cohetes sus brazos, esa burbuja en la que siempre se han sabido. Casi parecen estar haciendo un gesto sexual pendulante con las nalgas, bufanda regalada al cuello, mientras celebran el momentáneo placer de la gloria del gol, que todos sienten marcado por ellos. Casi parecen estar enseñando a felar a uno de esos grandes directores financieros que tan buenas condiciones crediticias dan a los rescatados, esquivando hábilmente la bien rasurada barba presidencial, como una ceremonia ciertamente ambigua que reside en la linde entre el tributo previo y el agradecimiento posterior por un favor bien hecho.

Puede que sólo sea la celebración de un momento muy puntual que da sentido a lo que puede ser un bonito deporte de equipo o un abominable negocio a años luz de la ética y la buena praxis. Pero, a juzgar por la en cierto modo distante mirada de ese apuesto joven que mira a un punto desconocido de la geografía del Arena Gdansk mientras el barbudo de abajo parece dar esas lecciones felatorias, lo que este peculiar conjunto de hombres influyentes celebra es algo más. Algo que probablemente se nos escape en detalle pero que, si hacemos caso de nuestro instinto y dadas las especiales circunstancias que nos envuelven, tiene que ver con la triunfal agenda que asoma en las Blackberry de los retratados. Una agenda alejada de aquellos a quienes supuestamente sirven, de los que tan sólo uno de los protagonistas de la foto (sí, el aparente maestro de felonías y felaciones) parece acordarse cada cuatro años.

Aunque apuesto mi barba, que juro está bien limpia de vello púbico de dirigentes financieros, a que éste último no tendrá nadie de quien acordarse en las siguientes elecciones. Si acaso alguna madre que mentar, que quien puede ser correcto también se puede permitir imprecaciones.

Sigan celebrando los goles, que uno no sabe nunca cómo acabará el partido.

JM Martín