jueves, 24 de noviembre de 2011

Violencia


Leo con estupor, en mitad de una auténtica avalancha de correos de Infojobs que no paran de inundar mi bandeja de entrada desde el mismo domingo 20, que la seguridad social está empezando a ser recortada en comunidades como Galicia o Murcia. Leí ya el día 18 que el bueno del presidente entrante (lleva siendo presidente entrante desde hace un tiempo, porque las elecciones nunca se ganan, sino que las pierde un incompetente) revisará -aniquilará- la Ley de Dependencia por ser "inviable".

Leo infinidad de medidas de ajuste aberrantes tan solo cuatro días después de que ese trámite, ese timo llamado "elecciones democráticas" nos coloque a un presidente elegido por un pírrico aunque no por ello menos lícito 30% de la población española (que, en tanto ejercieron su lícito derecho en función de las reglas, optaron por un lícito presidente del gobierno). Escucho en la radio -algunos somos unos románticos y la oímos en el coche- multitud de noticias sobre primas de riesgo, sobre tamices bruselienses por los que pasar los presupuestos de los estados miembros de la UE. Me llegan noticias sobre yernos que, tal vez, siguen las costumbres de la familia política en cuanto a total ausencia de transparencia y una tendencia a la asociación indebida. Compruebo como el flamante presidente electo se permite, en una curiosa inversión semántica del término "democracia", asegurar que ignorará a una formación política a la que legitiman unos cuantos puñados de votos hasta que no hagan lo que a él, flamenco de narices, le sale de nosequé sitio entre las ingles. Asisto, en definitiva, a una sucesión de acontecimientos enervantes que, lejos de mejorar nuestro modus vivendi, nos condenan a la vergüenza y a la impotencia de ese inmenso colectivo de personas que ni pincha ni corta mientras se le torea una y otra vez en nombre de nosecuantísimas motivaciones macroeconómicas y übersociales que jamás llegaremos a entender, pues somos unas liendres que más vale no nos despeguemos de la tele y nuestros cada vez menos numerosos quehaceres, no sea que la caguemos bien cagada y entonces el eternamente advenido apocalipsis del capitalismo sea por culpa de nuestra inutilísima e indocumentada curiosidad.

Y entonces miro a esa ventana indiscreta que todos tenemos y veo un libro de historia repleto de cambios durante siglos, realizados por personas que pasaron de ser considerados rebeldes a lucir ese mostoso pero honorable título de "padres de la patria". Y entonces trato de esquivar esta rinitis que me tiene asqueado y olfatear lo que parece ser la podredumbre de la corrección política. Y así relaciono, con una avidez que incluso a mí me descoloca, a la mal llamada corrección con la voluntad de mantener una serie de condiciones que no sé a ustedes, pero a mí me empiezan a dilatar cierto esfínter sin haberme pedido ningún permiso.

Y va y me planteo que mientras unos se preocupan de justificar las medidas del gobierno de turno y tiemblan ante la posibilidad de que una banda de descerebrados que hace tiempo no matan ni una mosca se pasen al bando de lo institucional (curioso que teman lo que llevan reclamando décadas, igual es miedo a que se acabe un chollo) yo empiezo a temer por ponerme enfermo, por que un familiar desarrolle con la edad un problema crónico y con tener que vender hasta mis empastes de porcelana para poder darle una vida mínimamente digna, algo cuyo obligatorio respeto viene reflejado en ese papel higiénico de los tecnócratas al que nosotros llamamos "Declaración de los Derechos Humanos".

Y así, en un arranque de plasticidad neuronal que me cuesta cierto esfuerzo, rompo por un momento mis planteamientos pacíficos y mi talante dialogante y me planteo que, al igual que las fuerzas de seguridad del estado sacan a relucir la porra y la pipa cuando un descerebrado pasa cierta línea, es posible que vaya siendo hora de empezar a plantearse sacar a pasear mecheros, palos y cosas que arrojar. Porque esos malparidos que manejan el cotarro como si de su casa de putas se tratara están empezando -quizá soy lento y ya llevan tiempo haciéndolo- a pasar una línea a partir de la cual mi vida y la de los míos peligra. Y ante ello, sólo me nace una palabra en la cabeza: supervivencia.

JM Martín

lunes, 14 de noviembre de 2011

Estamos aquí (y 3)

Hecho el alegato y alzada la voz por esas cosas que molaría mejorar, voy a descubriros unas pocas bandas. Da igual que estén en Valencia, y que esta sea una ciudad con poco glamour en la que quemamos cosas: Nirvana eran tres punkies que vivían en una ciudad lluviosa. Dales una oportunidad. Y por cierto: perdón si me dejo a alguien, si soy demasiado escueto o si no cuelgo enlaces. Usa Google y empápate, merece la pena. Y perdón por el orden: excepto por la primera banda, el resto es al vuelo, aleatorio y sin cuestiones de preferencia. Los quiero a todos por igual.

Kibah:
tengo que empezar con mi banda, y lo haré como si no fuera mía. Si no tocara aquí (antes el bajo, ahora la guitarra) sería un fan. Su cantante es un poeta, y sus músicos no somos virtuosos ni inventamos nada pero usamos (o al menos lo intentamos) bien la patente. Parece que seamos unos vagos, que vayamos a nuestra bola y que cambiemos de formación más que de calcetines, pero eso también nos hace especiales. Si te gusta Soundgarden, Queens of the Stone Age, Foo Fighters o Pearl Jam, te gustaremos. Si no, puede que también.

Uzzhuaïa:
tienen una trayectoria más extensa que la mayoría de grupos que ves por la MTV. Además, puede que a ellos también los veas en esa misma cadena. Trabajo, trabajo, trabajo y trabajo. Echan horas en su local de ensayo como si no hubiera otra cosa, porque es que para ellos no existe otra cosa. Buena gente, habitual de los conciertos de la escena, algo quue habla bien de ellos no sólo en lo musical. Suena a The Cult, a Kyuss y a banda que suena guay. ¡Búscalos!

Los Perros del Boogie: música accesible y no lo digo precisamente como algo despectivo sino como elogio, porque es muy difícil hacer cosas sencillas que suenen bien. Melodías que se te suben a las meninges como un piojo famélico (en este caso sería una garrapata) y un espíritu de lo más clásico. Otros currantes que merecen todo lo bueno que les está pasando. Los Rodríguez, Rolling… Perros, sí, pero con pedigree.

Sujeto K:
se hicieron famosos por aparecer en un concurso llamado “Dame una pista”. Injusto: merecen ser conocidos por lo que hacen. Son los Parchís del metal, parece que van de coña pero es muy serio lo que hacen. Es realmente imposible no bailar en un concierto suyo (mis hernias lo atestiguan). Koma, Rage Against the Machine… lo que quieras.

The Stone Circus Band:
apisonadoras, y además gente de una estatura más propia de los Dallas Mavericks que de un grupo de melenudos. Están parados musicalmente, y en un país con justicia cultural esta gente estaría metida en una furgoneta pagando sus facturas con lo que hacen. Buena gente. Buena música. ¿Influencias? Desde Pantera hasta AC/DC. Poca broma.

Supermosca: la banda que me pone los pelos de punta cada vez que escucho una canción suya (La Trapecista, concretamente). Indie, pop, postrock, yo que sé… Bajo la tarima son unos cachondos. Cuando se suben son unos poetas. Estilo muy propio, sonido inmenso. Mucho gusto. Dredg o Radiohead los querrían tener de teloneros.

Morgana VS Morgana:
decir que son los Tool valencianos es injusto, porque sería obviar que tienen las letras más etéreas que jamás hayas oído, o que poseen un artwork particular, o que su sonido es cristalino y cortante a la vez. No los conozco personalmente, pero no me importaría que su cantante fuera mi maestro zen.

Minerva Mayo:
inclasificables. Tocan mucho, tienen todavía más gusto y son buena gente a rabiar. Les hago promo allá donde voy, porque en este mundo de etiquetas cuesta clasificarles. Quizá por ello, y porque siempre he sido un perro verde, me encantan. Búscales influencias después de escucharlos. A mí todavía me cuesta. Y tampoco me importa demasiado.

Wicked Article:
cantante canadiense con vozarrón del catorce, guitarras afiladas, base rítmica con empaque. En otras palabras: una banda de rock de aquí a Lima. Buenas personas no: lo siguiente. Huelen a cigarro, a whiskey y a partida de billar. Suenan a Soundgarden, a Black Sabbath y a Black Crowes.

Glassmoon: son los empollones de tu clase, pero no los que se sientan en primera fila, sino los que se ponen en la última y además son guapos, majos y gamberros. Son virtuosos, los cinco, sin excepción, pero encima se ponen rojos si se lo dices. Suenan a Incubus, a Dream Theater y a Guano Apes. Llevan mil años y, magia, lo hacen cada día mejor.

Versus Five: no hacen rock, hacen jazz fusión. Y son tan buenos que no te parece estar asistiendo a un concierto de una música rara, sino a un espectáculo para toda la familia. Son genios, pero su guitarra (un señor doctor en óptica cuántica, ahí es nada) es lo mejor que puedes oír en tu vida. Mágicos es poco.

Non Essential: toqué con ellos y nunca he tenido más agujetas en los dedos. Death metal progresivo. Una cosa muy marciana y muy muy muy molona. No te los acabas. Además, son unos enormes seres humanos. In Flames, Tool y todos esos grupos que son raros pero rápidos y peligrosos son primos hermanos suyos.

Thirteen Tries:
tres bestias y una bella que es todavía más bestia. Música muy animal, muy inclasificable y a la vez muy bonita, por extraño que parezca. Su cantante es un torrente de voz, su sección rítmica es maestrísima y su guitarrista mete tres notas donde otro metería sesenta. Sólo por eso (y porque son tremendamente buenos y majos, todo hay que decirlo) merece la pena buscarlos y disfrutarlos.

DKasta:
poesía urbana. Sombras, contraluces, charcos, perros y cubos de basura. Los conocí en unas condiciones peculiares: un concierto de quince minutos junto al bueno de Rul Corbin, fotógrafo, poeta y gran persona. Tocaban, recitaban… No soy un fan del rock urbano, pero con ellos se me olvida. Son esa cara poética que tiene todo lo que pasa por delante de nuestros ojos mientras pensamos en otra cosa.

Daze Of Dawn: fui fan de esta banda, luego toqué en ella y de sus tripas nació Kibah. Ahora los disfruto. Tienen un recorrido similar al del baúl de la Piquer, y además hacen un rock americano por los cuatro costados: su cantante es canadiense y tiene una voz maravillosa. No puedo ser imparcial ni quiero serlo, porque es que son tan buenos…

Rock Fucktory: sí, está bien escrito y eso del “fuck” intercalado ya es denotativo de lo canallesco del rock que practican. Son los Guns de la ciudad de las naranjas y tienen un cantante que es oro. Rock polvoriento, árido y agresivo. Si te gustan Buckcherry y los mencionados anteriormente, tienes que ir a verlos.

Bitches and Peaches: pop-rock gamberro, festivo y bailarín. Una vez, un sabio veinteañero de esos que te encuentras con conocimientos musicales propios de un nonagenario (adorado Micky Stoner) dijo que eran Los Ronaldos de la tierra de las naranjas. Puede que así sea, porque no puedo vivir sin ellos... no hay manera.

Sweet Little Sister: tres tías y dos tíos haciendo un rock macarrónico que dejaría en pañales a sus inspiradores. Se separaron, cosas de la vida, pero algunos ansiamos un reencuentro para pillarnos una buena caraja de rock. Su frontwoman fue y es una grande que además de cantar como una berraca escribe como una canalla. Buena gente, muy buena gente.

The Carminers: rock clasiquísimo, canalla, aceitoso y que huele a tabaco. El citado Micky Stoner es su frontman e ideólogo. Una banda que roza el setentismo y que no tiene miedo a experimentar. Rock con mayúsculas.

El Ahora: tocados con una varita mágica que les hace ser absolutamente inclasificables. Suenan durísimo pero a la vez tiene un poso pop que hace que te tragues las canciones como si fuera música ligera. Me encantan, son unos animales.

Y hasta aquí puedo leer, porque corro el riesgo de eternizarme. Siento dejarme bandas como los elegantes Desayuno, o los animales inclasificables Betunizer, o los setentosos Babylon Rockets, o los corrosivos 33 d'Envit, los gigantescos y experimentales Erich Zann, los potentísimos Descarga, los muy clásicos y muy afilados Wurdalak, los ya veteranos y siempre cambiantes (a mejor) El Agente Naranja...

Esto es elección y no el 20N. Os aconsejo dejaros llevar por los vientos de Google y redes sociales. Merece la pena sumergirse en este microuniverso (vasto microuniverso, por cierto) y dejaros seducir por algunas de estas bandas. Igual conseguimos que se reconozca a nuestras bandas como exponentes de algo bueno y trabajado... en vuestra mano está.

JM Martín

lunes, 7 de noviembre de 2011

El borrego y el mal pastor.

Me lloran los ojos. Me duelen las manos. Me pitan los oídos. He visto al líder. He aplaudido al líder. He oído a la gente vitorear al líder. A mi líder. Al líder de todos. De todos, excepto de quienes no se dan cuenta de que él nos sacará de nuestras miserias. De esos sin los cuales este sería un país de bien.

Me duelen los pies. Me tiembla la voz. Me va a explotar la cabeza. He aguantado una tensión inmensa cumpliendo con el guión. He gritado cuando y como mi asesor me aconsejó. He pensado de lo lindo para buscar las palabras que funcionan. Qué fácil es poner a esta gente en pie. Qué sencillo es provocar el aplauso fácil y enfadarlo con el vecino.

Estoy emocionado. Siento que no estoy sólo. Siento que somos uno. Siento que merece la pena pelear por este proyecto, por este líder, por mi líder, que me entiende a la perfección, que se preocupa por los temas importantes y que cuando calla es porque, como buen sabio, sabe otorgar. Está con nosotros. El líder está con nosotros.

Estoy reventado y cansado de este tipo de circos. Estoy saturado de aguantar esta dinámica de estar perfecto frente a la gente, de sonreír a esa caterva de catetos y de ignorantes que, a poco interesante que me ponga, no van a entender ni una palabra de lo que diga. Les hablo de trabajo, les hablo de economía. Todo lo creen. Cuatro palabras talismán y todo resuelto.

Qué grande es mi líder. Qué preparado está. Qué capacidad de liderar un proyecto que emociona, que ilusiona, que no traiciona a los antiguos líderes. Qué capacidad de respetar la memoria de nuestros grandes.

Qué fácil es la masa. Qué necesaria es tenerla bien preparada. Qué poca voluntad crítica poseen. Con las que hemos liado en el pasado y nos siguen votando. Qué manía con esos viejos libros caducos y llenos de polvo. A ver si se actualizan, joder.

Necesitamos más gente así, más líderes con brillo en la mirada, con pureza y capacidad de sacrificio. Necesitamos que los jóvenes se pongan las pilas y que se igualen a gente como él. Porque él es necesario, el resto es prescindible. Y cuando vengan los que vienen después, mal andaremos. Pero bueno, para cuando vengan estos yo ya estaré criando malvas.

Necesito cubrir los años necesarios para tener la pensión vitalicia. Bastante he hecho por gente que quiere vivir del aire. Por la gente a la que pensé que quería salvar y dar una vida mejor. No merecen más. Qué putada que los que vienen detrás tienen más formación que la gente como yo. Esos sí que serán un problemón. Pero cuando lleguen yo estaré cómodo. Muy cómodo.

Dedicado a todos y todas los palmeros y palmeras que llenan, con un criterio francamente cuestionable y con una capacidad crítica vomitivamente inexistente, los mítins de los clásicos dos partidos que juegan a alternarse en la administración de nuestro estado y del resto. Porque algo debe haber en el fondo, muy en el fondo de su interior, roto e inarmónico a lo que deberían empezar a escuchar.

martes, 1 de noviembre de 2011

Estamos aquí (2)

El otro día alegué formar parte de un movimiento cultural, concretamente musical aunque también literario, del que me puedo sentir bien orgulloso y con el que me emociono y me cabreo a partes iguales. También prometí dar nombres de grandes bandas del panorama y hacer autocrítica. Empezaré con lo último, y dejaré la masturbación artística para una tercera entrega. Merecerá la pena la espera, palabra.

Para explicar lo inexplicable (el que la escena rock valenciana se encuentre casi en su totalidad condenada al ostracismo) se me ocurren a botepronto cuatro grandes motivos. Son fáciles de entender, especialmente si vives en este país, y merece la pena reflexionar acerca de ellos.

1º: La complicada relación entre música y dinero. Esto es Valencia. No es Barcelona, no es Madrid. Igual que en el 15M (por poner un evento reseñable cercano en el tiempo) lo que ocurre en esta ciudad es anecdótico. España es un estado peculiar, en el que la innovación tiende a nacer de las dos grandes ciudades y donde lo que se espera de otras como Valencia, Sevilla o Bilbao es que se repitan los patrones de siempre. Los del norte se escaparon hace algún tiempo del cliché dando coba a eventos culturales que desafían a lo establecido, como antaño hiciera Zaragoza (en el caso vasco, festivales como Jazzaldia, BBK o Kobetasonic se salen de la norma, incorporando artistas de difícil cabida en las corrientes más comerciales), pero aquí parece muy complicado ser un disidente cultural. Los medios valencianos no dan bola si no llevas peineta o no luces una de esas camisas azules con el cuello y los puños blancos mientras cantas a las Lorelai o Delilah de turno. Vivimos en la tierra de las apariencias, y los pelos largos y las distorsiones no venden una imagen fácil de digerir por la familia estándar, que es el target a tener en cuenta de cara a los réditos monetarios y políticos de turno.

2º: Exceso de individualismo. Esto también es bastante valenciano, y deberíamos revisitar este concepto que no está dando frutos provechosos. Si al primer dueño de una sala que se le ocurrió cobrar por tocar todas las bandas de la ciudad le hubieran dicho “ni en broma”, hoy por hoy existiría un circuito y la gente acudiría a las salas por curiosidad, como yo hice durante años (acabé tocando en un par de esas bandas a las que iba a ver sin conocerlas), porque las entradas serían más baratas. No habría un alquiler que cubrir, la sala se forraría con las consumiciones y las bandas tocarían más sin miedo a palmar dinero. Pero las bandas no se preocuparon nunca por empatizar con el resto, por buscar los intereses comunes, ni tan siquiera por plantearse su existencia. Faltó y falta una conciencia de clase rockera (perdón por la morcilla marxista) y cada uno ha tirado hacia un lado, tratando de salvar los muebles propios sin darse cuenta de que los muebles, en este caso, son compartidos. Aún estamos a tiempo de crear un “sindicato del rock” y salvar esta parte de la cultura que no aparece en Canal 9. Es una idea que suelto. Quizá ahora, en tiempo de agitaciones aparentemente productivas, sea el momento de plantarnos.

3º Falta de conexión entre músicos, entre salas, entre todos. Si las salas defienden el lícito aunque contraproducente “es que yo tengo unos gastos que cubrir, por eso te cobro 300€ de alquiler, por si sale mal” y además ponen unos horarios demasiado poco rígidos que acostumbran a la gente a no valorar como toca los conciertos nocturnos, arreglémoslo nosotros. Propongamos unos horarios tempranos para las salas de la ciudad, estilo Madrid, y otros más tardíos para las salas del extrarradio. Llamadme enfermo, pero yo he ido a dos conciertos la misma noche, y podría hacerlo si un concierto en la ciudad (Wah-Wah, El Loco…) fuera a las 21:00 y otro en las afueras (Rock City, Durango, XY) fuera a las 00:00. Si los precios fueran razonables (el alquiler de la sala no te deja poner una entrada barata, cierto es) y la gente pudiera evitar empezar con el gin-tonic a las 22:00 o incluso comenzara a turnarse con el coche, Valencia tendría un muy buen circuito de salas, que no sólo aprovecharía la cantidad de buenas bandas que hay sino que incluso dinamizaría la economía del sector, pudiendo llegar a evitar el timorato y demasiado pesimista acto de cobrar un alquiler. En otras palabras: buscar los intereses comunes entre bandas y salas (no podemos vivir las unas sin las otras) sería un acelerador en todos los sentidos.

4º Escasez, que no ausencia, de promotores responsables. No me maten, amigos promotores, pero es hora de llamar a las cosas por su nombre, y más en su caso: ustedes no es que tengan contactos para mover una escena, es que ustedes SON los contactos que deberían mover la escena. En mi caso, y en el de la mayoría, yo toco un instrumento, y le tengo que dedicar horas para que suene decentemente. Yo tengo que ir a tocar, en un horario intempestivo, por cierto, y esa es mi máxima preocupación. Los futbolistas no venden sus camisetas: se dedican a entrenar y a jugar y, si rinden, la gente compra sus camisetas. Pero claro, de la distribución de las camisetas se tienen que ocupar otros, que se llevan un generoso pellizco por ello. Insistiré en esto y seré claro: debe ser trabajo del promotor hacer circular los carteles, difundir el evento, vender las entradas y, como muestra de profesionalidad, respetar el caché prometido. En las dos primeras cosas debe colaborar el músico, pues él es uno de los interesados que quiere hacer llegar su música a la mayor cantidad de gente posible, pero no se le puede obligar a nadie hacerlo. La cuestión de las entradas es algo que me molesta mucho, pues quien las vende en taquilla no debe perseguir a nadie, sensación que me acompaña inexorablemente cada vez que se me pide que venda entradas, cosa que me niego a hacer en el 99% de los casos. La cuestión del cobro de los honorarios, como pequeño empresario que soy, sí me parece de escándalo, y es que de hecho lo es en cualquier ámbito laboral, y con razón: si se ha prometido un caché de, pongamos, 400€, y las instrucciones que se me han transmitido y exigido han sido estar en la prueba a las 18:00 para tocar a las 23:00, el músico responsable hará su trabajo, que es ese. Y como todo trabajador, uno debe cobrar lo estipulado. Dejad de blandir las clásicas “es que habéis vendido pocas entradas” o “es que ha ido flojito” para justificar la falta de 100€ en el pago post-concierto y, con ello, la ruptura de un pacto que es inexcusable a nivel jurídico. Si el trabajo del músico era probar y tocar y el del promotor mover el concierto y la cosa ha ido mal, pueden pasar dos cosas: o que el promotor no haya hecho su trabajo correctamente o, muy probablemente, que mil factores como la climatología, lo escondido de la sala o la crisis económica hayan disuadido a la gente de asistir a este concierto. Pero el trabajador, que es en este caso el músico, tiene que cobrar, porque nunca será responsabilidad suya lo que pase antes del concierto. Yo tengo una empresa, una pequeña academia que nada tiene que ver con lo musical, y el mes que ha ido mal no puedo –ni se me escapa por la cabeza, algún empleado-lector puede constatarlo- tocar ni un solo euro de su sueldo. En eso consiste ser emprendedor y querer lucrarse con una actividad: se arriesga un capital. Cuando va mal, pierdes dinero, pero cuando va bien, obtienes unas ganancias cuya práctica totalidad es para ti. Señor promotor: si la noche va bien no me vas a pagar de más, ni yo te lo voy a pedir, porque no me voy a saltar lo pactado. Pero si va mal, lo siento en el alma: yo no arriesgué mi dinero en una promotora -fui menos glamuroso y ejerzo de profe pesado- y por tanto no puedo ser obligado a renunciar a un 20, 25 o 50% del cobro estipulado.

Estas son las cuatro principales razones que le encuentro, después de reflexionar casi obsesivamente sobre ello, al velo de intrascendencia que cubre a una escena musical que considero muy fructífera y por ello desaprovechada. No pretendo convencer a nadie, sino invitar a la reflexión: ¿no merece la pena pararse a pensar y a mejorar una escena que nos ha costado tantos años y tanto esfuerzo? ¿No sería bonito empezar a ver frutos a partir de regar entre todos el jardín?

Prometo un último post en el que os descubra a bandas de esta escena, para dejar constancia del inmenso esfuerzo que realizan muchas personas a las que me he encontrado por el camino, algo que seguramente siempre acaba siendo lo mejor de todo.

JM Martín